
Sustentándome sobre un documental de ensayo precioso, os propondré las siguientes preguntas:
-¿Es lícito que las películas se emitan por TV con cortes publicitarios o con publicidad insertada en la imagen invadiendo la pantalla? ¿No se está cortando el clímax que preparó el director para atrapar y agradar al espectador y éste termina hastiado por tanta interrupción? ¿Se está, por tanto, cortando una obra de arte? ¿Cortaríamos, de la misma manera, un cuadro para que cupiera en un espacio más pequeño por el hecho de ser más grande?

-¿Es justo que, con la aparición del cine sonoro, se empezaran a eliminar de forma masiva todas las cintas de cine mudo y que ahora sólo conservamos un 15% de ese arte?
-¿Sabíais que los directores no son dueños de sus películas y que por tanto, cualquiera puede cortar escenas, añadir otras, porque deja de ser suya y se la apropia una compañía con total impunidad? ¿Sabías que esto se hace cada día por todo el mundo?
Éstas y otras cuestiones trataremos con la base del supremo testimonio de Cineastas contra magnates (2004) y Cineastas en acción (2005) de Carlos Benpar.

¿Estamos dispuestos a que alguien coja una obra de arte, como un cuadro del Barroco y le añada y corte elementos a su antojo? Creo que todos estamos de acuerdo en que no. Pero supongo que tampoco permitiríamos que con una cinta original o con la reproducción de un film nos quitaran escenas o minutos de metraje, puesto que no entenderíamos la obra en todo su conjunto.
Veamos una analogía sobre este tema, que mezcla una posible realidad con la simbología del uso del arte: Felipe II (1527-1598), rey de España, recibió un cuadro, "La última cena" (en la imagen, la de Lenorado da Vinci) en el 1574, pintado por Tiziano Vecellio (1477-1566).

El monarca quería colocar esta magna obra en su refectorio, pero debido a sus dimensiones decidió cortar los dos extremos laterales de la pintura, elminando así parte del contenido de la obra. Un artista cortesano, Juan Fernández de Navarrete o "Navarrete el mudo" (1526-1579), se alarmó ante tal desvarío y prometió al rey que copiaría el cuadro entero a tamaño más pequeño si con ello evitaba la mutilación de la pintura. Felipe II no hizo caso y mandó eliminar para toda la humanidad el deleite de ver una obra de arte entera como ésa.
Con esta historia -mezcla de realidad y ficción, pues se escoge una obra magna de Leonardo, en vez de una de Tiziano- advertimos cuán trascendente es la preservación de cualquier obra que se cree. Pues con el cine pasa constantemente esta vejación.
Las películas se filman a partir de diferentes tamaños y encuadres, pero como el cine norteamericano actual utiliza un formato distinto, todas las películas que estaban pensadas en un encuadre diferente pasan por el filtro de esa obligación.
Imaginemos una película antigua que se emite por TV o en un cine y que nos la proyectan con una focalización distinta, es decir con una cajetilla diferente por la que pasa la luz del film. Algunos de los distintos tamaños de formato de cinta son: 1:37 o estándar (formato sonoro); el mudo era más grande; el Cinemascope, 2:35; el panorámico, 1:66; el norteamericano, 1:85. ¿Qué pasa cuándo un ignorante proyecta la película El hombre del oeste (1958) de Anthony Mann con un formato distinto al de la versión original? Pues, señores, ahora lo veréis, porque ocurre constantemente y esto sucedió en España.
A saber:
Nos estamos perdiendo gran parte de la información que ofrece el film en su tamaño original sólo porque a los responsables del cine o de la cadena de TV no les ha dado la gana aprender. Lo mismo ocurre cuando en una escena de clímax total aparece un anuncio publicitario o en una imagen se ve en un lateral el anuncio de una nueva serie, o la programación que vendrá. Se mutila el sentimiento que el director ha querido transmitir por un interés completamente distinto al artístico: el económico. A la TV le importa bien poco la calidad de un film, sólo quieren vendernos productos con la escondida excusa de darnos entretenimiento.
Lo mismo ocurre -y aunque no lo hayamos advertido- con la capacidad de todos estos entes corporativos por proyectar films a una velocidad más rápida de lo normal, cosa que entorpece el visionado de una obra y ensancha las más que abultadas arcas de los magnates.
¿Por qué el cine está tan desprotegido de enfermos culturales que cortan y deshacen por sus intereses? Nadie se atrevería a publicar un libro con 20 páginas menos.
¿Sabíais que en los cines italianos se emiten films con un corte para que la gente compre refrescos y que, por tanto, los directores ya graban sus películas para estructurarlas de esta manera? ¿Se tiene que hacer lo mismo con los cortes televisivos? ¿Quién tiene la potestad para cortar un film: el director o un empleado de la TV? ¿Por qué permitimos esto?Gran parte de la culpa la tienen las poderosísimas corporaciones cinematográficas, quienes se apropian de todos los films no dejando al director margen para cambiar lo que quiera: su obra deja de ser suya. Por eso, muchas películas antiguas dejan de tener escenas, minutos, etc.
Sinceramente creo que el gran desvarío empezó con la aparición del cine sonoro. Se decidió que se tenían que eliminar sistemáticamante todas las cintas de cine mudo. Sólo conservamos un mísero 15% de lo que se produjo en la primera etapa del séptimo arte. Desolador. Nos hemos perdido mucho cine. Anque la mutilación también se produjo con la coloración del cine en blanco y negro, pero la destrucción de todas las cintas mudas produce una más que maestra reflexión como la que se hizo en España por esa época.
Quedaos boquiabiertos con la información primera sobre el destino de las latas de celuloide y luego el testimonio que enjuiciaba esa destrucción, que disfruta de una metáfora propia de una magnífica obra literaria: